El 30 de octubre llega a librerías la nueva aventura de Nørdica Cómic, esta vez con un viaje ilustrado a través de la historia de la ciencia y para dar la importancia que las mujeres han tenido en sus mayores y más importantes avances. Compartimos la introducción de Mujeres de ciencia y en este enlace puedes acceder a una muestra del fascinante y necesario libro escrito e ilustrado por Rachel Ignotofsky. Como en varias de nuestras mejores aventuras, este libro ha sido coeditado con Capitán Swing. Recientemente también publicamos conjuntamente Díez días que sacudieron el mundo.
«Me enseñaron que el camino del progreso no es ni rápido ni fácil»
—Marie Curie
Introducción de Rachel Ignotofsky, autora e ilustradora de Mujeres de ciencia.
Nada presagia más problemas que una mujer en pantalones. Ésa era la actitud predominante en la década de 1930. Tanto era así que el hecho de que Barbara McClintock llevara pantalones de vestir en la Universidad de Misuri era considerado escandaloso. Pero era aún peor, además de escandalosa, era luchadora, directa, increíblemente inteligente y el doble de ingeniosa que cualquiera de sus compañeros masculinos. Hacía las cosas a su manera para obtener los mejores resultados, aunque eso implicara trabajar hasta muy tarde con sus estudiantes, lo cual iba contra los horarios establecidos. Si le da la impresión de que todo esto son buenas cualidades para un científico, entonces está en lo cierto. Pero, en esa época, esas cualidades no eran consideradas necesariamente buenas en una mujer. Su inteligencia, su confianza en sí misma, su firme disposición a romper las reglas y, por supuesto, sus pantalones, ¡todo ello era considerado escandaloso!
Barbara ya había dejado huella en el campo de la genética con el trabajo innovador que había llevado a cabo en la Universidad de Cornell, cartografiando cromosomas utilizando maíz. Su trabajo sigue siendo importante en la historia de la ciencia. Sin embargo, mientras trabajó en la Universidad de Misuri, Barbara fue considerada descarada y poco femenina. La facultad la excluyó de las reuniones y le ofreció muy poco apoyo en sus investigaciones. Cuando descubrió que la despedirían si se casaba y que no había posibilidad alguna de ascender, decidió que ya tenía bastante.
Arriesgando toda su carrera, hizo las maletas. Sin ningún plan en mente, excepto su rechazo a que su valor fuera puesto en duda, Barbara fue en busca de su trabajo soñado. Esta decisión le permitió dedicarse con alegría a la investigación durante todo el día y finalmente logró descubrir los genes saltarines. Este descubrimiento la haría merecedora del Premio Nobel y cambiaría para siempre nuestra visión de la genética.
La historia de Barbara McClintock no es única. Desde que la humanidad se empezó a hacer preguntas sobre nuestro mundo, hombres y mujeres han observado las estrellas, mirado bajo las rocas y a través de microscopios para encontrar las respuestas. Aunque tanto hombres como mujeres tienen la misma sed de conocimiento, las mujeres no siempre han gozado de las mismas oportunidades para investigar en busca de respuestas.
En el pasado, las restricciones que tenían en el acceso a la educación eran frecuentes. Era habitual que no se les permitiera publicar artículos científicos. Se esperaba que crecieran exclusivamente para ser buenas esposas y madres mientras sus maridos las mantenían. Mucha gente pensaba que no eran tan inteligentes como los hombres. Las mujeres que aparecen en este libro tuvieron que luchar contra los estereotipos para poder desarrollar las carreras que deseaban. Rompieron reglas, publicaron bajo seudónimos y trabajaron por el afán de aprender sin ninguna ayuda. Cuando otros dudaban de sus habilidades, ellas tenían que creer en sí mismas.
Cuando, finalmente, las mujeres empezaron a ganarse un mayor acceso a la educación superior, habitualmente se topaban con alguna trampa. A menudo no les daban un espacio en el que trabajar, carecían de financiación y no recibían reconocimiento alguno. No se les permitía entrar en el edificio de la universidad debido a su género. Lise Meitner llevó a cabo sus experimentos de radioquímica en un sótano frío y húmedo. Al no tener financiación para un laboratorio, la física y química Marie Curie manejaba peligrosos elementos radiactivos en un diminuto y polvoriento cobertizo. Después de realizar uno de los descubrimientos más importantes en la historia de la astronomía, Cecilia Payne-Gaposchkin recibió muy poco reconocimiento y, durante décadas, su género la limitó a trabajar como ayudante técnica. La creatividad, la persistencia y el afán de realizar descubrimientos fueron las herramientas más poderosas que tuvieron estas mujeres.
Marie Curie es actualmente un nombre familiar, pero a lo largo de la historia ha habido otras grandes e importantes mujeres en los campos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (CTIM). Muchas de ellas no recibieron en su época el reconocimiento que merecían y cayeron en el olvido. Al pensar en la física, deberíamos nombrar no solo a Albert Einstein, sino también, a la genial matemática Emmy Noether. Todos deberíamos saber que fue Rosalind Franklin quien descubrió la estructura de doble hélice del ADN, no James Watson y Francis Crick. Mientras admiramos los avances alcanzados en tecnología informática, debemos recordar no únicamente a Steve Jobs o Bill Gates, sino también, a Grace Hopper, la creadora de la programación moderna.
A lo largo de la historia, muchas mujeres lo han arriesgado todo en nombre de la ciencia. Este libro cuenta la historia de algunas de estas científicas, desde la antigua Grecia hasta hoy en día, que cuando se topaban con un «no» respondían: «Intenta detenerme».